Desde los inicios, el ser humano ha buscado superarse constantemente, lo que le ha permitido lograr increíbles hazañas, como llegar a la Luna. Sin embargo, estos avances también le posibilitaron realizar importantes progresos tecnológicos que hacen a la Tierra un lugar menos seguro.
Sin dudas, en esta descripción entra el desarrollo de las armas nucleares, uno de los avances más importantes en la historia de la humanidad, pero, a su vez, el más peligroso.
La primera detonación nuclear en la historia fue la prueba Trinity, la cual se llevó a cabo en Nuevo México, en julio de 1945, como parte experimental del proyecto Manhattan.
Un par de meses después, la humanidad vivió uno de sus momentos más oscuros cuando, a fines de la Segunda Guerra Mundial, Washington decidió lanzar dos bombas nucleares sobre Japón.
El 6 de agosto de 1945, EE.UU. lanzó la bomba Little Boy sobre Hiroshima, provocando la muerte de unas 80.000 personas, mientras que tres días después, el 9 de agosto, lanzó la bomba Fat Man sobre Nagasaki, matando a otras 40.000 personas.
Tras estos sucesos, Robert Oppenheimer, el líder del proyecto Manhattan, reconoció que le vinieron a la mente las palabras del texto sagrado hinduista Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
Sin embargo, el monopolio nuclear le duró poco y nada a EE.UU.: en agosto de 1949, la Unión Soviética realizó su primera detonación. A partir de allí, varios países desarrollaron este tipo de armamentos y, hoy en día, son nueve los que lo poseen: a los países ya mencionados (Rusia lo heredó de la URSS), se suman Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte.
Actualmente, más de 70 años después de la primera detonación, en el mundo se estima que hay más de 12.000 ojivas nucleares. Pero, aunque el mundo aprendió a convivir con las mismas y se llegó al consenso de no utilizarlas nunca más, muchos temen que este compromiso llegue a su fin con la guerra en Ucrania.