Apenas encender la radio devuelve a la realidad al improbable visitante
Aterrizar en Managua estos días es lo más parecido a hacerlo en pleno ojo de un huracán; las calles han cobrado de nuevo vida, los vendedores buscan clientes, los vehículos circulan en su monótono rodar y los nicaragüenses caminan a sus rutinas en una calma tensa, la que denota que se acerca el ciclón.
Apenas encender la radio devuelve a la realidad al improbable visitante: las noticias llevan a ciudades de ecos prehispánicos donde la muerte se sigue abriendo paso entre las barricadas con la fuerza de paramilitares, policías y fanatismo.
Levantar la mirada más allá de la esquina de las principales avenidas supone posar la atención en unas figuras que se antojan siniestras, la de agentes fuertemente armados y encapuchados.
En la mayoría de las ocasiones, parecen más preparados para la guerra que para la seguridad. No transmiten confianza.
Imperturbables, impasible el ademán, miran al frente y dividen un territorio que comienza a tomar forma en la mente del recién llegado a una ciudad que desde el pasado 18 de abril se adentró en el caos con escasos paréntesis de calma.
Desde entonces, al menos 309 personas han muerto en una crisis sociopolítica de magnitudes difíciles de concebir en un país de apenas 6,2 millones de personas.
La respuesta gubernamental a las manifestaciones ha llevado al país a una espiral de violencia en la que el ojo del huracán es angosto y la tormenta que se avecina implacable.
También comienzan a retomar en la mente del inesperado visitante un nuevo vocabulario esencial para manejarse en la capital nicaragüense.
Fuente: EFE