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¿Es cierto que la primera vez no se olvida?

“La primera vez nunca se olvida” es una sentencia que hemos escuchado hasta la saciedad en canciones románticas y frases hechas, pero que tiene muchas interpretaciones, ya que no se especifica el porqué de ese recuerdo imborrable. Generalmente, el primer ensayo queda grabado a fuego en la memoria, pero no precisamente por lo placentero de la experiencia. Muchos desearían enviarlo a la papelera de su disco duro, al menos hasta que haya trascurrido un cierto tiempo para que se cumpla la siguiente ecuación: humor = tragedia + tiempo. Y es que con el paso del tiempo podremos rentabilizar esta experiencia en reuniones de amigos y quedar como los más graciosos de la noche.

¿Hay alguien a quien le haya ido bien la primera vez? Yo diría que, después de descubrir que los Reyes son los padres, ésta es la segunda gran decepción de la vida, en la que uno comprueba que el mundo entero le ha mentido o gastado una broma pesada. ¿Es esto el sexo?, se preguntan muchas/os, ¿ese placer supremo del que tanto se habla, perseguido durante generaciones y que enloquece a hombres y mujeres? Pasado ese shock, y al comprobar con nuestras amigas más íntimas que solo en el cine las mujeres tienen orgasmos la primera vez –al igual que ocurre en las escenas en que el protagonista siempre encuentra aparcamiento frente al lugar al que quiere ir–, empezamos a encajar el golpe y asumir que las cosas buenas de la vida requieren siempre de un aprendizaje, al contrario que las malas, que son facilonas, gratis y disponibles para todo el mundo.

Los que aseguran que sí marca tu vida sexual

Lo malo es que existen algunos estudios que aseguran que la primera vez determina nuestra vida sexual posterior y que, en cierta manera, crea nuestro ADN erótico. El más citado de todos es el que hicieron las Universidades de Tennessee y Misisipi, en el año 2013, y que evaluó a 331 alumnos sobre su primera experiencia. Les hicieron una serie de preguntas respecto al momento en que perdieron su virginidad y sobre su posterior vida sexual.

La conclusión del experimento fue que aquellos que tuvieron una mayor satisfacción física y emocional en su debut, sacaban notas más altas en su sexualidad posterior; mientras que los que hablaron de experiencias negativas o ansiedad, en su estreno, mostraban menos satisfación con su vida erótica actual. “Este estudio no prueba que una buena primera vez constituya una buena vida sexual, en general, pero la experiencia que se tiene cuando se pierde la virginidad puede crear un patrón para los años siguientes”, comentaba Matthew Shaffer, uno de los investigadores de la muestra.

Este determinismo sexual, fruto de nuestra relación inicial, practicada, generalmente, con poca información y en una etapa de la vida en la que la autoestima brilla por su ausencia y en la que somos fácilmente influenciables, inseguros y poco racionales, debería ser demasiado malo para ser verdad. Eso es lo que se planteaba el Huffington Post estadounidense en un artículo en el que apuntaba los puntos débiles de este deprimente trabajo. Por un lado, los participantes eran en su mayoría jóvenes estudiantes que todavía no tenían demasiados años de vida sexual como para disponer de una perspectiva mayor. Por otro, está el hecho de que estrenarse en el sexo ha dejado ya de ser un rito de iniciación para convertirse, en la mayoría de los casos, en un mero trámite que hay que pasar para entrar en la vida adulta. Yo añadiría, además, que la pérdida de la virginidad, a diferencia de lo que les ocurrió a nuestras madres y abuelas, que tenía lugar la temida noche de bodas y que podía determinarse con fecha y hora exactas, es cada vez más gradual. No pasamos de la inocencia más absoluta a la rotura del himen, sino que poco a poco nos vamos adentrando en el universo sexual. Juegos, caricias, tocamientos, son también relaciones sexuales.

Los escépticos

“La idea de que el primer encuentro deja una profunda huella en nuestra sexualidad futura es algo que ya está fuera de contexto”, comenta Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga y directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona. “Los sexólogos seguimos preguntándolo a nuestros pacientes, pero más que nada por determinar la edad de inicio de la vida sexual y ver si ha habido prácticas de riesgo. La gente ya no tiene unas expectativas tan altas, está mejor informada que las generaciones anteriores y, en muchos casos, la virginidad se ve como algo de lo que hay que desprenderse en un cierto momento de la vida, no necesariamente con el príncipe azul. Sí hay datos y estudios que demuestran que la edad a la que uno se inicia en el sexo es bastante reveladora. Generalmente, las clases más bajas empiezan muy temprano. Hay un mayor índice de embarazos en adolescentes de este grupo, y no siempre por desconocimiento. A veces es intencionado y es una manera de buscar afecto, complicidad o reafirmarse como ser humano o como madre”.

Por el contrario, y como explica un artículo al respecto de la revista Psychology Today, firmado por el profesor de psicología Noam Shpancer, “hay mucha literatura psicológica que demuestra la correlación entre el nivel de inteligencia y el éxito en los estudios, y la edad del debut sexual. Los más inteligentes esperan. ¿Por qué? No es fácil saberlo. A lo mejor los más listos entienden que vale la pena esperar en el sexo, por los riesgos inherentes. O pueden pasar demasiado tiempo en la biblioteca para poder buscar pareja. O algún factor externo en la familia del adolescente, puede que la supervisión paterna, afecte a la conducta de éste en la clase y en la cama. Tal vez los que esperan más por el sexo sean más selectivos. Los individuos selectivos pueden no ser los primeros en morder la manzana, pueden no morder muchas manzanas; pero sí son los que muerden las manzanas más deliciosas”.

Lo ideal es que nuestra primera vez fuera siempre un acto responsable, meditado, realizado con plena libertad y sin ningún tipo de coacción, como cualquier otro de nuestras vidas, pero como Shpancer apunta en su artículo, la realidad suele ser muy distinta. “Todos recordamos decisiones que estudiamos largamente y otras que son más espontáneas. Sorprendentemente, parece que gastamos más energía, tiempo, pensamientos e intención en decisiones triviales –como por ejemplo, qué móvil debo comprar–, que en las cruciales –¿Cómo debo vivir?–. Me atrevería a decir que las decisiones importantes de la vida –trabajo, carrera, dónde vivir y con quién– generalmente llegan a nosotros por el camino de la disposición, más que por el fruto de un proceso intencionado e informado de deliberación racional”.

Lo que sí puede resultar traumático en nuestro ingreso en la vida erótica es, según cuenta Francisca Molero, retrasar demasiado el debut sexual. “Seguir siendo virgen pasados los veintitantos suele generar mucha angustia, e incluso disfunciones sexuales. Porque además, cuanto más tiempo pasa, menos disposición se tiene para estar con alguien, porque se piensa que esa persona, inevitablemente, descubrirá que su pareja es novata. Es un círculo vicioso que muchos rompen haciéndolo con el primero que pasa o con un desconocido, para acabar de una vez con el problema”.

Los accidentes inherentes a toda relación sexual, como que se rompa un preservativo o ser pillado in fraganti, pueden, a juicio de Molero, crear más problemas de los convenientes, dependiendo de la personalidad del individuo. “Para que estos hechos tengan consecuencias, tienen que darse en personas con tendencias obsesivas y controladoras. El problema está en la escasa o nula educación sexual y en que la mayoría de los mensajes que les llega a los jóvenes a este respecto, fuera de toda la información y pornografía de Internet, hacen hincapié solo en la parte negativa del sexo: las enfermedades de transmisión sexual. Algunos adolescentes desarrollan una cierta fobia o miedo al sexo, como una forma de peligro para su salud. En las consultas vemos que el vaginismo está aumentando en los últimos años”.

La importancia de una identidad sexual

Una vez más, lo importante no es lo que ocurre sino la lectura que uno hace de lo que le sucede. Aquí entra en juego el término identidad sexual, que se construye durante la infancia, que es indispensable para una buena inmersión en la vida adulta y que no siempre coincide con la actividad sexual. Como explicaba un artículo publicado en la página de Cinteco (Psicología clínica y psiquiatría), titulado La orientación sexual en la adolescencia, “a muchos jóvenes les lleva tiempo comprender quiénes son y en qué se están transformando.

La adolescencia representa un período de tiempo para la exploración y la experimentación. De tal manera, la actividad sexual no refleja necesariamente la orientación sexual actual ni futura. Además, la actividad sexual debe entenderse como una conducta, mientras que la orientación sexual es un componente de la identidad personal. Muchos adolescentes experimentan una variada muestra de conductas sexuales que van incorporando a su proceso de identidad sexual, consolidándose a través de un largo período de tiempo (…). Muchos jóvenes homosexuales pueden tener experiencias heterosexuales y viceversa; mientras otros pueden tener una auto identificación homosexual sin que nunca hayan tenido experiencias sexuales de ningún tipo”.

La primera vez es, por tanto, ni más ni menos que un intento inicial. Como decía la psicóloga y sexóloga, Virginia Martínez Verdier, en un interesante dossier publicado en la revista Ser y Expresar y titulado El proceso de hacernos sexuales: “La identidad sexual continúa reafirmándose y reestructurándose a lo largo de la vida. Los cambios políticos, económicos y sociales, las modas y las diversas crisis vitales (casamiento, nacimiento de los hijos, divorcio, climaterio, etc) vuelven a hacer entrar en conflicto al sujeto, el cual se replantea su postura ante la vida, sus valores y su sexualidad”.

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