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¿Quién es la diseñadora de moda china de la que habla el mundo?

¿Quién es la diseñadora de moda china de la que habla el mundo?
¿Quién es la diseñadora de moda china de la que habla el mundo?

Por qué se pagan 300.000 dólares por una prenda, la artista había creado la haute couturière que enloquece a los ricos, los famosos y la nomenklatura en China; la diseñadora que millones de personas conocen en Asia, pero de la que casi nadie había escuchado en Occidente.

Su nombre: Guo Pei.

En mayo de 2015 Rihanna asistió a una gala en el Museo Metropolitano de Arte de New York (Met) por la inauguración de la muestra China: Through the Looking Glass (China: a través del espejo), sobre la influencia de la estética de ese país en la moda occidental. La cantante y actriz lució el vestido del que más se habló esa noche, hecho por una artista que expuso dos piezas en la exhibición; acaso la prenda de la que más se ha hablado en el mundo de la moda desde entonces.

El vestido, en realidad, es una larguísima capa amarilla, inspirada por un uniforme muy elaborado de Napoleón Bonaparte. Llevó dos años de trabajo a mano —si lo hubiera bordado una sola persona, habría tardado cada hora de 5,7 años, sin hacer pausa alguna— y a juzgar por su eco en los medios y en las redes sociales acaso haya causado una impresión mucho más duradera.La seda color canario fue labrada a mano con hilo de oro y flores de metal, y ribeteada con piel. Rihanna —que a su vez es diseñadora— llevó la prenda como si no pesara 25 kilos, pero en algún momento hizo falta que varias personas sostuvieran sus bordes para que ella subiera una escalera. Para Guo, el vestido marca el nacimiento de la alta costura china moderna.

Fotos gentileza de la filial francesa de la diseñadora Guo Pei

La pieza terminó en la tapa de la edición estadounidense de Vogue. Y también inundó las redes sociales de memes que colocaban pizzas, omelettes y piscinas inflables para niños en el enorme círculo amarillo que traza la cola de la capa: «Mi primera reacción fue comentarle a mi marido: ¡Esto es tan divertido, la gente es tan creativa!’«, se la oye decir en el video con que el Wall Street Journal la presentó a sus lectores, más interesados en los negocios que en los desfiles de moda.

Guo trabaja hace tres décadas y hace dos que es una de las diseñadoras más prolíficas de China. Pero en 2015 entró en una nueva etapa. Luego de la muestra en el Met, en julio realizó su primera exhibición en París, en el Museo de Arte Decorativo, junto con la empresa de cosméticos MAC, que se adelantó a contratarla para que crease su línea de 16 productos en colores neutrales como coral y rosa, y también en azules, que en China se asocian a la vitalidad.

Poco después abrió su atelier en Paris, un pequeño espacio todo pintado de blanco a pasos de la Rue Saint-Honoré. Y seis meses después de la exhibición del vestido amarillo, la Chambre Syndicale de la Haute Couture (Cámara Sindical de la Alta Costura) de París le ofreció la posibilidad de ser miembro como invitada: la primera vez que un diseñador de Asia recibió ese honor en los casi 150 años de la organización principal de la alta costura francesa.

El show inaugural de Guo en Occidente fue enero de 2016, en la Semana de la Alta Costura de París, donde presentó más de 30 diseños en una extravaganza visual, que se reproducen enInfobae por cortesía de la filial francesa de la diseñadora.

El atelier de Guo, Estudio de la Rosa, se halla en un lugar impensado para la reina de la alta costura de China: un paisaje suburbano de industrias en el barrio de Chaoyang, al norte de Beijing. Adentro han transplantado una escalera de mármol, espejos con marcos dorados, jarrones franceses, un sillón de terciopelo azul y vitrinas en las que se exhiben las creaciones de la diseñadora.

Eligió ese edificio inconspicuo por fuera porque en sus cuatro pisos cabe su pequeño universo, como lo definió para Forbes Asia: allí funcionan su oficina, su sala de exhibición, los talleres donde trabajan 500 artesanos, casi todos formados por la misma Guo. Cree que esa relación de origen, esa proximidad física y sobre todo el trato afectuoso hacen que se sientan en una familia, que se respeta su orgullo.

«NO SIGO TENDENCIAS NI TRATO DE COMPETIR CON NADIE», DIJO LA DISEÑADORA GUO

«No sigo tendencias ni trato de competir con nadie. Todo lo que hago surge de seguir mi pasión y mi amor por el diseño», le dijo a la periodista de Forbes, Abigail Haworth.

Acaso por eso hoy un diseño de Guo puede salir 300.000 dólares; los hay también de 75.000 y en una ocasión se negó a recibir los 8.000 que podía pagar una mujer desempleada por el vestido de novia de su hija, porque eran los ahorros de su vida. The New York Times encontró una pieza extra económica: 5.000 dólares.

 

Guo comenzó en la costura como un juego, a los dos años, para ayudar a su madre, una maestra de Kindergarten que no tenía buena vista y sufría para enhebrar las agujas. A Guo la enorgullecía poder colaborar de ese modo. Con esa ayuda, la madre resolvía la confección de la ropa de invierno de la familia, que de otro modo no podían obtener.

Como nació en 1967 —con la Revolución Cultural en pleno impulso, y por ende la moda reducida a anatema—, su pasión por la ropa, que creció a medida que se acercaba a la adolescencia, le trajo incomprensión. Una maestra la acusó de capitalista por llevar a la escuela, entallados, los vestidos que heredaba de su madre.

La culpa la tuvo su abuela, que vivió el ocaso de la dinastía manchú en una familia rica que perdió todos sus bienes primero y luego debió acostumbrarse a la austeridad del comunismo. A la hora de ir a dormir, en lugar de contarle cuentos, la abuela le hablaba de la Ópera de Pekín y de la emperatriz Zishí, y le describía en detalle los vestidos que las mujeres habían usado antes.

Según Angelica Cheung, directora de Vogue China, Guo no es la única diseñadora que recurre a la tradición para inspirarse, «pero es la más destacada, tanto en términos de su visión creativa como en su realización». Todo a mano, todo de colección.

En 1982 se abrió la carrera de Diseño de Indumentaria en la Segunda Escuela de Industria Liviana de Beijing; Guo fue una de las 26 que aprobaron el examen que dieron 500 aspirantes.

Cuando se graduó, en 1986, comenzaba el crecimiento que siguió a la apertura económica de Deng Xiaoping; contra lo que esperaba el padre de Guo, un miembro del Partido Comunista de China, dirigente de batallón en el Ejército del Pueblo, ella podría vivir de la moda. En su casa no concebían siquiera que la ropa pudiera ser diseñada; él —que a los 80 años, siempre vestido de soldado, apoya por fin su carrera— le solía tirar los dibujos y pinturas que ella hacía. Le insistía en que tenía que estudiar algo serio y conseguir un empleo de verdad.

Su proyecto de graduación fue un vestido. Y en su primer trabajo, en una de las primeras fábricas de ropa privadas de China, Tianma, propuso el diseño de una prenda de noche. Le dijeron que mejor se concentrara en las cosas que se vendían bien. Entonces, en pleno post-maoísmo, hubo un surgimiento de la demanda interna de ropa bonita. Todo lo que se hacía se vendía al instante.A Guo la asombraba ver en la calle a las personas que llevaban prendas que ella había creado.

El paso del «Hecho en China» al «Diseñado en China» es improbable para muchos; para Guo, en cambio, hay una relación directa entre el boom económico y el hecho de que hoy alguien pague una cifra de seis dígitos en dólares por un vestido suyo. Recuerda la década de 1986 a 1996 como un tiempo maravilloso, cuando la apertura que China comenzó en 1978 se veía en todas partes: llegaban cosas de afuera con las que ni siquiera había soñado. En su país había tres clases de cuellos; de pronto, esa sola parte de una prenda se presentaba como un caleidoscopio.

En 1995 los planificadores económicos del PCC vieron el potencial comercial de la alta costura y se encargó a la Asociación de la Moda China la realización de un concurso para encontrar a los diez mejores diseñadores del país. «Esa idea radical —la de un autor cuya firma confería distinción— se extendió por primera vez desde la revolución», escribió Judith Thurman en The New Yorker. Guo llegó a esa lista en 1997, cuando abría su Estudio de la Rosa.

En los diez años que pasó trabajando en la manufactura de ropa tuvo que producir 1.000 diseños por año, y aproximadamente la misma cantidad hace hoy en día, de modo tal que su equipo de bordado, diseño, corte de moldes y costura produce entre 3.000 y 4.000 piezas por año. «El diseño no es la parte más difícil», dijo a Forbes Asia. «Lo duro es la ejecución de las ideas. Pasé tantas miles de horas llevando mis diseños a la práctica que gané una gran experiencia técnica«.

«EL EQUIPO DE BORDADO, DISEÑO, CORTE DE MOLDES Y COSTURA PRODUCE ENTRE 3.000 Y 4.000 PIEZAS POR AÑO»

En 1997, comenzó su emprendimiento propio con un capital muy pequeño para el rubro, 80.000 dólares. «Sobrevivió gracias a la actitud extravagante que definió a la élite china de nuevos ricos», observó Haworth en Forbes. Para entonces, los ricos ya habían saciado su sed de diseños occidentales, y buscaban algo nuevo. Guo se los ofreció: un regreso al orientalismo en diseños ornamentados, con un poco de imaginería medieval y hasta onírica. Viajó a Europa por primera vez en 2000 y su creatividad quedó marcada por el arte chino antiguo que vio en los museos de Francia y el Reino Unido.

En 2008, Guo era tan famosa en China que le encargaron piezas para las ceremonias de las Olimpíadas en Beijing: la estrella Song Zuying lució un vestido adornado con más de 200.000 cristales de Swarovski cosidos a mano. También diseñó los modelos que se vieron en las galas del Festival de la Primavera que organiza la Televición Central China (CCT).

Thurman teorizó que existen dos Guo Peis: «Guo A es una contrarrevolucionaria, una conservadora cuyo trabajo rechaza no sólo las austeridades del maoísmo sino también el terremoto juvenil de los sesentas»; «Guo B es una fabuladora de imaginación soberana. Toma como muestras imágenes de vestidos del arte renacentista, la ópera, los cuentos de hadas góticos, o de cualquier otra cosas de la historia de la moda pre-Sputnik (…) que aluda a su propia herencia».

No todos la alaban. El fashion guru Huan Huang escribió en 2012 que las creaciones de Guo eran «bordados chinos en esteroides», más acostumbrado a diseñadores más aptos para el gusto internacional como Uma Wang y Masha Ma. En cambio, Cheung cree que ella encarna «una artesanía que falta en la moda china actual», que trata de escapar de la etiqueta de la baja calidad y la masividad y se ha concentrado conseguir que la industria occidental reconozca su nivel de arte. Guo Pei agrega un universo que siempre estuvo allí, pero la historia sepultó por un tiempo: la tradición, el boato.

«GUO PEI ENCARNA UNA ARTESANÍA QUE FALTA EN LA MODA CHINA ACTUAL»

Las clientas —como Wang Ping, directora de un museo de arte; estrellas como Zhang Ziyi o Li Bingbing; personajes de los medios como Meng Shengnan o la Kim Kardashian china, Angelababy; y, desde luego, miembros de la élite política— quieren destacarse con esas prendas, porque son objetos artísticos que las convierten a ellas mismas en obras de arte.

La creadora se siente escuchada: cree que una prenda de alta costura no se usa en una ocasión y ya, sino que se colecciona. Los mandarines creían que la moda era parte del cultivo de uno mismo. Ella habla en mandarín —curiosa, o apropiadamente— no en cantonés, la lengua popular.

Guo tiene dos hijas, de 16 y de ocho años, con su marido Cao Bao Jie, apodado Jack, un empresario de Taiwán que importa textiles de lujo de Europa, y por eso en el momento de la boda le ofreció la posibilidad de elegir entre un vestido y 60.000 metros de tela. Acaso por eso la línea de demi-couture de Guo —que apunta a la clase media que se consolida en su país: sus vestidos de novia, ricos en colores y líneas de su tradición, cuestan entre 7.000 y 15.000 dólares— es su proyecto mimado del momento. Novia China cumple, mediante la proyección, la boda con vestido que no tuvo, y su convicción de que la ropa cargada de recuerdos debe ser tan bella como para que pueda pasar de una generación a otra.

El marido tuvo una idea que cambió la vida en el atelier: una suscripción. «No se puede confiar en que los chinos suelten el billete», le dijo él a la escritora de The New Yorker«Y no podemos darnos el lujo de gastar meses en un vestido si no lo hacen». El pago de la cuota anual se deduce de las creaciones que se lleva cada cliente. «El club tiene cuatro niveles de membresía», escribió Thurman, «con suscriptores en el superior que gastan aproximadamente 800.000 dólares. Hay unos 4.000 miembros».

 

 

 

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