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Padre Juan B. Cordero pide velar para que no se cometan abusos a la población ante la pandemia

Santo Domingo RD.- El Padre Juan B. Cordero pide urgentemente que las instancias estatales, velen en todo momento para que no se cometan abusos contra la población, que es el capital humano y el principal de una nación frente a la pandemia del Covid-19.

Señala que la situación mundial, nos está llevando a sacar ese poquito de mejor, que tiene el ser humano, echado en algún rincón del corazón y que vale más que todo. La solidaridad, ser solidarios hasta el forro de nuestra piel.

“Cómo es posible que haya gente obtusa, que tenga tiempo y espacio para llenar sus arcas, a costa de la necesidad de la población en riesgo de enfermar en gran número”.

“La pandemia, nos ha igualado a todos, y es triste ver como caen, tantas personas, que incluso ya no distinguimos entre el honrado y el tunante embaucador. Caen todos como reza el salmo, por igual príncipes, jefes y siervos, caen como uno de tantos”.

A continuación 4ta. Palabra“DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?”

(Marcos 15,34)

Rvdo. P. Juan B. CorderO, CARM

 Te queda lejos mi clamor, el rugido de mis palabras no te alcanza (Sal 22).

Este grito del salmista, rezado por incontables generaciones, hasta alcanzar todo su sentido y fuerzas desgarradoras, cuando es rezado por Jesús, desde la cruz, no es una protesta ni mucho menos un gesto de rebelión contra Dios, a quien sabemos, Jesús reza, sino que es la oración-síntesis, de otras tantas suplicas que han precedido a esta y que, al parecer, no han sido escuchadas. Es diríamos, un ultimátum hecho suplica.

Este es el grito de las víctimas de la historia. Historia de injusticias, violencias, torpezas, excesos y muertes sangrientas perpetradas por unos contra otros…

Es el grito de Abel, a manos de Caín. Es el grito del Profeta Elías a manos del corrupto rey Ajax y la infame Jezabel, cuando el profeta, tiene que huir de esta última al amenazarlo de muerte. Es el grito Nabot, a quien después de habérsele calumniado y matado por orden de Jezabel, le fue incautada la propiedad que había heredado de sus padres, por haberse negado a cederla al déspota rey Ajax. Es el grito de Jeremías y otros tantos profetas por mantenerse fieles a la misión que Dios les encomendó.  En fin, estas palabras del salmista rezadas por Jesús con toda su fuerza y su crudeza, son el resumen antiguo y lamentablemente siempre nuevo del dolor y el sufrimiento humano y de toda la creación.

Nadie como Cristo desde la cruz, podía lanzar estas palabras en su suplica al Padre. El, que paso haciendo el bien, que escucho como nadie esta suplica en la tragedia, la exclusión y la miseria de tanta gente de su época, a las que les devolvió la dignidad de hijos de Dios. Él no se cerró a la carne de cuantos, apaleados por sus sufrimientos, acudían a él a que los sanara y los restituyera a su dignidad. Siendo el mesías y siervo sufriente del Señor, se hizo todo con todos, especialmente con el desheredado y el excluido. Por esta razón podía proferir esta suplica y como nadie darle, todo su sentido. Pues él era el justo de Dios que sin haber cometido nada que le mereciese tal final, amó con la misma fuerza amorosa de Dios su Padre, hasta las últimas consecuencias. Por eso mereció ser escuchado, y Dios lo resucito al tercer día, arrancándolo de las garras de la muerte eterna y con él a todo al que cree en su nombre.

Dios nos redimió y nos perdonó en su Hijo. El Escuchó ese mismo grito ya desde los albores de la creación, cuando la desobediencia de nuestros primeros padres, produjera una fractura en nuestra relación con Dios, con nosotros y con la creación. Dios, ajustó las cuentas con la humanidad, pero lo hizo de la manera más singular y única, que a Dios solo se le podía haber ocurrido. Y es que, todavía siendo el hombre enemigo suyo por la arrogancia y la soberbia, por haber desterrado a Dios de su vida, no se dejó vencer de la maldad humana y en cambio, envió a su hijo, haciéndolo expiación por todos. Tomó el recibo de nuestra deuda y rompiéndolo en el cuerpo de su Hijo, nos liberó, es como si no dijera: no me deben nada mientras rompe el recibo de nuestra culpa…

A partir de entonces, y de esa actitud de Dios para con todos, se esperaba que también hiciéramos lo mismo, los unos con los otros, que de la misa manera que Dios nos amó y nos perdonó en su Hijo, de igual forma lo hiciéramos, a lo largo de nuestra historia. Que también nosotros igual que el siervo perdonado de la parábola, ante la respuesta de su hermano deudor que le dijo, “ten paciencia conmigo y te lo pagare todo” le condonase la deuda como lo hizo su Señor con él, mas en lugar de emular a su Señor en la generosidad, encerró a su hermano, deudor de minucias, en comparación con lo que al siervo indolente se le había perdonado, en la mazmorra de su corazón pétreo e insensible. No escuchó el grito de su hermano. Sabemos cuál fue el desenlace de esta historia contada por Jesús.  No puede esperar misericordia de parte de Dios, quien no la practica haciéndose consciente de que el mismo, ha sido objeto de ella por parte de Dios. No puede proferir ese mismo grito de Cristo, en la hora aciaga, sino es capaz, o más bien, no quiere escuchar ese grito porque ello significaría, anteponer sus intereses y decide, por tanto, cerrar sus entrañas al hermano que sufre.

Mucho tiempo hemos estado cerrados al mundo que sufre la degradación por el maltrato a la creación de Dios. Y Principalmente hemos estado aislados y muy atrincherados de nuestro prójimo, encerrados en nuestro individualismo, nuestra indiferencia, arrogancia y delirio de grandeza y de autosuficiencia que nos ha llevado calificar a unos y otros de primer mundistas, tercer mundistas, etc. Ahora sin temor a exagerar y equivocarnos al proferir esta afirmación; nos hemos igualado en estos días.

Hace poco, en muchos países, asustaba la idea de ser invadidos por los migrantes que salían en verdaderas hordas, por diversas razones, de sus países en busca de mejor suerte para poder vivir. Empezaron proyectos de mega-ingeniería para levantar muros, para no ser invadidos. Resulta, que hemos sido invadidos y sometidos por algo que no esperábamos, un enemigo, invisible a simple vista y que verdaderamente es lo único que ahora mismo, se ha constituido más que una amenaza, en un verdugo inmisericorde e impredecible y de consecuencias inabarcables e insospechadas por mucho que hagan cálculos probabilísticos y proyecciones a corto y largo plazo para ponerlo a raya. La pandemia, nos ha igualado a todos, y es triste ver como caen, tantas personas, que incluso ya no distinguimos entre el honrado y el tunante embaucador. Caen todos como reza el salmo, por igual príncipes, jefes y siervos, caen como uno de tantos. Si algo nos está haciendo ver toda esta situación, es nuestra vulnerabilidad y nuestra pequeñez. ¡Cuán pequeños somos! Toda una lección de realismo y humildad. Esta situación mundial, nos está llevando a sacar ese poquito de mejor, que tiene el ser humano, echado en algún rincón del corazón y que vale más que todo. La solidaridad, ser solidarios hasta el forro de nuestra piel.  El reconocimiento, de que andábamos frenéticos y poseídos por una prisa neurótica, por una arrogancia y autosuficiencias insufribles, ese reconocimiento de que la vida, no es ganancia a costa de la lealtad, la sinceridad y la fidelidad, ese reconocimiento de haber incurrido en competencias desleales, prisas enfermizas, segundas intenciones, nos ha llevado a replantearnos, quienes somos y que somos en el mundo y en el universo.

Somos comunidad, somos una familia global, células de un único y solo tejido. Por eso, nos damos cuenta de que no se trata en esta situación, de salvar mi piel, sino de hacerlo juntos. A esto nos invita el amor. Jesús ayudo a todo el que se acercó a él en busca de consuelo y salud. Promovió a las personas a quien ayudaba, reconociendo su valía y su dignidad. No los hacia dependientes de su persona: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Dijo al paralitico de la camilla bajada por el techo. Al leproso, si quiero, queda limpio. Al endemoniado de Gerasa, vuelve a tu casa y cuéntale a los tuyos, como el Señor ha tenido misericordia de ti. Así estamos llamados a ser y a hacer los cristianos principalmente. Ayudar al hermano a descubrir su dignidad, su valía, y a abrirse camino en la vida, tomando su camilla, que es hacerse cargo por sí mismo de su vida. Así también el tejido o estructura estatal, como instancia mayor está llamado a estar atento del cuidado de las instancias menores. Hay que ayudar a desarrollar a la familia, y a las diversas agrupaciones y asociaciones de las que la familia forma parte. El descuido de estas instancias menores por parte de las instancias mayores, atenta

contra el desarrollo de las primeras y les hace dependientes al mismo tiempo que les atrofia su capacidad de respuesta, originalidad y de aporte a la sociedad. Pensemos en el centralismo excesivo del aparato estatal y las funciones públicas, que hace que muchas instancias menores solo cuenten, a partir de ciertos intereses, no siempre potables. La subsidiariedad se nos impone y se nos exige ahora más que nunca. Y sobre todo en forma de solidaridad. El principio de subsidiariedad, pide urgentemente que las instancias estatales, velen en todo momento, con total determinación para que no se comentan abusos contra la población, que es el capital humano y el principal de una nación. Así en estos días hemos tenido, en medio de esta crisis, que escuchar, como ciertos elementos haciendo gala de todo tigueraje y marrullería, no se les ha apretado el pecho para procurarse sórdidas ganancias a partir del sufrimiento de quienes están postrados ante esta pandemia. ¿Cómo es posible que existan alimañas como estas y que no se les pare los pies a tiempo? ¿Cómo es posible que haya gente obtusa, que tenga tiempo y espacio para llenar sus arcas, a costa de la necesidad de la población en riesgo de enfermar en gran número? Les cabe la sentencia dictada por el mismo Dios, por labios del profeta Oseas (Oseas 8, 4-7), ante la corrupción y la maldad de los dirigentes de su pueblo, que compraban al pobre por un par de sandalias y vendían hasta la paja del trigo:  Sean quienes sean, de las altas instancias que sean, jura el Señor, que no olvidara esta injustica. No olvidara el dispendio y el despilfarro, la grosería costumbre de sacar todo lo que pueda de las arcas publica, dejando al país, siempre sumido en deudas por mucho que hablen de crecimiento mega o macroeconómico. Invitamos pues, a quienes tienen la responsabilidad de dirigir la cosa pública, que escuchen el grito que surge ahora en medio de esta crisis. Que nadie quede desamparado en manos del agiotista, el avivato y el ladrón de turno. Pero no todo es negativo, están los ciudadanos que acatan las leyes, que se cuidan y así cuidan a los demás. Esta el ingente cuerpo de salud integrado por los médicos tanto hombres como mujeres, las enfermeras y enfermeros, los voluntarios, empresarios y particulares que dan de su tiempo de su saber hacer para enfrentar juntos esta situación difícil. Es tiempo de arrimar todo el cuerpo y juntos ayudarnos sabiendo que todo cuanto nos hacemos, se lo hacemos al mismo Jesucristo, que dijo: lo que haces a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo haces…

Solo quien escucha el grito de Jesús en los otros, puede proferirlo a su vez.

 

Más contenido por Redacción CDN

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