Principales

Barack Obama ofrece primera entrevista a un medio de comunicación en español

El periódico español El País informó este miércoles de la primera entrevista exclusiva que le otorgó el expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama.

La información la dio a conocer a través de las notificaciones que les envía a todos sus suscriptores, donde ofrece un breve escrito y video de lo conversado entre Barack Obama y el periodista Javier Moreno en un hotel en Washington.

Estados Unidos vive días extraños. Los protocolos para el traspaso ordenado del poder, tan venerados como la propia República americana, se ven ahora en peligro por la negativa del actual ocupante de la Casa Blanca a reconocer su derrota. Se trata de un rito laico, una liturgia democrática por la que el perdedor no sólo admite su derrota, sino que, al aceptar el triunfo de su rival, le entrega la legitimidad para que prosiga, como en una carrera de relevos, la búsqueda de esa “unión más perfecta” que prescribe la Constitución.

Es también un mensaje a todos los ciudadanos, especialmente a los que estuvieron en el bando perdedor, de que llegó el tiempo de sanar heridas. En el libro que acaba de publicar, Una tierra prometida, el expresidente Barack Obama recuerda la impresión que le causó la elegancia con la que Bush y su familia oficiaron ese deber. “Me prometí a mí mismo”, escribe, “que cuando llegara el momento trataría a mi sucesor de la misma forma”. Su sucesor fue Donald Trump. Así que, en una conversación que mantuvimos el domingo pasado en Washington, le pregunté si, efectivamente, así lo hizo, con elegancia.

—Sí, lo hice.
—¿Fue duro?

—Un poco… sí. [Obama no puede evitar una sonrisa de admisión cómplice en este momento]. Pero aun así llamé a Donald Trump la noche de su elección para felicitarle, cuando el margen de su victoria con respecto a Hillary Clinton era el mismo que el margen que tiene Joe Biden en estas elecciones. No retrasé la llamada durante semanas ni fingí que no había pasado lo que había pasado. Unos días después, invité a Trump y a Melania a la Casa Blanca. Pedí a todos mis equipos y departamentos que prepararan los manuales de transición. Pero parece que no se los leyeron. Uno de ellos versaba sobre cómo abordar una posible pandemia. Ese traspaso pacífico de poder entre partidos es parte de lo que hace funcionar a una democracia.

—Lo que nos lleva a lo que está pasando ahora. No es que Trump no haya invitado a Joe Biden a la Casa Blanca, es que ni siquiera ha reconocido su derrota. ¿Se hubiera imaginado que algo así pudiera ocurrir? ¿En su país?

—Ni me lo hubiera imaginado hace cuatro años. Me entristece reconocerlo, pero no me sorprende que Donald Trump se esté comportando así al final de su presidencia. Michelle y yo hemos hablado mucho al respecto, especialmente durante las últimas cuatro semanas. Ella es más pesimista sobre la naturaleza humana. Pero yo tiendo a ser más optimista. E intento recordarle que, cuando nací, en gran parte de Estados Unidos, en este hotel, por ejemplo, no había clientes afroamericanos. Si usted y yo hubiéramos estado juntos, lo más probable es que yo hubiera cargado con sus maletas. Eso lo he visto yo. Y, sin embargo, aquí está usted sentado con un expresidente de Estados Unidos. Por muy frustrantes y descorazonadoras que puedan resultar a veces las noticias, 59 años en la historia de la humanidad es un parpadeo. Y eso es progreso. También en otras partes del mundo. Cuando nací, España no era una democracia y Europa aún se estaba reconstruyendo tras una guerra en la que habían muerto más de 60 millones de personas.

Sobre la polarización: “La sociedad norteamericana está profundamente dividida”

Toda esa crispación empezó hace cuatro años; o quizá antes aún. Tras dejar la Casa Blanca, Obama embarcó, junto con su esposa, para su último viaje en el Air Force One. “Rumbo al oeste”, sin precisar más, escribe en su libro, más de 700 páginas, el primero de dos, en el que recorre su improbable ascenso de oscuro legislador en Illinois al Senado de Estados Unidos; y de ahí, casi sin solución de continuidad, a candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, esperanza de millones de estadounidenses en un cambio largamente demorado y, finalmente, tras una explosión de júbilo como no se había visto en décadas, al Despacho Oval. Aquel día, a bordo del avión presidencial, sin embargo, su estado de ánimo era agridulce “por los inesperados resultados de unas elecciones”, escribe, que llevaron al poder a “un sucesor con unas ideas diametralmente opuestas a las nuestras”. Lo que vino después no mejoró las cosas. Así que le pregunto por su estado de ánimo esos cuatro años.

—No cabe duda de que Trump ha hecho mucho daño en Estados Unidos y en el resto del mundo. Si se ignora a la ciencia, si se ignoran los datos, entonces la pandemia se agravará. Si se alienta o se muestra cierta tolerancia hacia comportamientos racistas, entonces quienes albergan esos impulsos se sentirán más motivados para desplegarlos. Si se recibe a dictadores con los brazos abiertos, entonces el compromiso con la democracia se verá disminuido. Durante los últimos cuatro años, ha habido momentos en los que he sentido frustración, en parte porque mi primer mandato comenzó en 2008 [tomó posesión en enero de 2009], cuando Estados Unidos comenzaba a sufrir los efectos de una crisis financiera global. Luego estaba la guerra de Irak [que empezó con Bush, su antecesor], que dividió a la sociedad estadounidense y aisló a muchos de nuestros aliados. Durante ocho años, trabajamos muy duro para recuperar la posición de Estados Unidos en el mundo y para reconstruir la economía. Cuando finalizó mi segundo mandato, el país ocupaba una posición fuerte. Y luego ves cómo todo ese progreso se disipa sin que haya necesidad de ello. Sí, a veces es muy frustrante, sin duda.

Sobre Trump: “Si se ignora a la ciencia, si se ignoran los datos, entonces la pandemia se agravará

—¿Y ahora con la elección de Biden?

—Lo que han demostrado estas elecciones es que la sociedad estadounidense está profundamente dividida. Algunas de esas divisiones ya estaban presentes antes de la llegada de Donald Trump, y seguirán ahí cuando se vaya. Pero lo que sí está claro es que Trump ha avivado el fuego de la división. Sé que Joe Biden, por instinto y por carácter, buscará reconectar al país porque es un unificador. Una de las cosas que aprendí siendo presidente es que lo que el presidente dice y cómo lo dice, importa, y mucho. Y aunque un presidente no pueda resolver todos los problemas, algo que la gente casi siempre espera que haga, sí que puede cultivar una manera de interactuar, de promover el civismo y de incentivar la comprensión hacia los demás. En la esfera internacional, puede marcar la pauta a la hora de relacionarse con los países aliados y decidir cómo abordar la diplomacia. Creo que con Biden asistiremos al regreso de algunas de las tradiciones que defendí como presidente.

—En su libro hay una alusión a que los ciudadanos supieron ver lo mejor de usted, “una voz que insistía en que, pese a las diferencias, permaneceríamos unidos como un solo pueblo y que, juntos, hombres y mujeres encontraríamos un camino hacia un futuro mejor”. Luego vinieron los ataques que sufrió en sus ocho años en la Casa Blanca, la presidencia de Trump y ahora, aunque Joe Biden sea ya el presidente electo, el país sigue dividido, y una parte, francamente enfadada. Lo vimos ayer mismo [por el pasado sábado] aquí, en las calles de Washington. ¿Aún mantiene esa visión tan optimista?

—Sí. Siempre he cultivado un optimismo cauto. La historia no siempre avanza. A veces retrocede o se mueve en otras direcciones. No cabe duda de que la humanidad ha progresado en los últimos dos milenios; hay menos violencia, más educación y disfrutamos de mejores niveles de salud, pero al mismo tiempo persisten la guerra y la crueldad. Hay lugares en el mundo donde las personas carecen de derechos. Lo vemos cada día. Y lo mismo ocurre en Estados Unidos, un país que es mejor que hace doscientos años, pero donde sigue habiendo racismo y desigualdad. Cuando ocupaba la presidencia, solía reunirme con jóvenes y siempre me sorprendía su convicción –mayor que la de sus padres y sus abuelos– de que todos somos iguales, de que las personas deberían ser juzgadas por su carácter y no por el color de su piel, por sus creencias religiosas, por su sexo o por su orientación sexual. Creen en una humanidad común, en que somos los custodios de este planeta y en que se deberían abordar problemas como el cambio climático. Pero quedan aún muchos votantes mayores que se resisten a estos cambios. Por otro lado, está el legado de unas instituciones que, si no rotas, sí están deterioradas, razón por la cual el Gobierno y la democracia de Estados Unidos no pueden proporcionar una respuesta rápida a los problemas. Y cuando los partidos están tan polarizados, se llega a un punto muerto, a una situación de obstruccionismo que alimenta el cinismo y desalienta a la gente, por eso creo que nos espera un camino bastante arduo. No podemos dar la democracia por sentada porque es, precisamente, la forma de gobierno más difícil, ya que requiere la atención constante de todos los ciudadanos, la exigencia de responsabilidades a los líderes y el análisis crítico de lo que se dice, de lo que es verdad y de lo que es mentira. Y eso es más difícil ahora que antes.

Sobre el futuro: “Las nuevas generaciones me hacen sentir optimista”

Eso es, efectivamente, más difícil ahora que antes. La división en la sociedad estadounidense de la que habla Obama viene de antiguo, pero en los últimos años, sin duda, se ha exacerbado hasta niveles inquietantes. Para cuando llegó Trump, los focos estaban listos, la maquinaria, engrasada. Resulta interesante la forma en la que Obama describe el fenómeno de Sarah Palin, la compañera de John McCain en las elecciones de 2008. Palin se convirtió en el hazmerreír de las élites liberales de ambas costas por su ignorancia, su desparpajo en manejar esa ignorancia y su desprecio por una forma de hacer política hasta entonces impensable. Obama intuyó –y temió– otra cosa.

Sea porque lo percibió con claridad en ese momento o porque, en retrospectiva, haya tenido una iluminación, Obama escribe: “A Palin no le importaba si el consejo editorial de The New York Times o los oyentes de la radio pública nacional cuestionaban sus capacidades. Ella ofrecía esas críticas como prueba de su autenticidad, porque había comprendido (mucho antes que sus detractores) que los intermediadores estaban perdiendo relevancia; que se habían abierto las compuertas de lo que se consideraba aceptable en un candidato para un cargo nacional; y que Fox News, la radio y el incipiente poder de las redes sociales le podían proveer de todas las plataformas que necesitaba para llegar al público al que se dirigía”. Está describiendo, le digo al presidente, al heraldo de Trump, ocho años antes de su entrada en escena. Pero parece que nadie prestó atención. ¿Cuándo percibió usted este riesgo?, le pregunto. ¿Y qué cree que podría haberse hecho de manera diferente?.

Por: elpais.com

Más contenido por Redacción CDN

Más noticias