Su hija mayor fue la única que tuvo oportunidad de verlo tras un cristal cuando fue llevado al hospital
Santo Domingo, RD.- Las familias a las que le ha tocado enfrentar una muerte por Covid-19 pasan por un tripe dolor: el de no acompañar a sus seres queridos durante la gravedad, no poder realizar un velatorio y el dolor de la muerte adelantada de personas que si no hubiese sido por la pandemia, habrían tenido condiciones para vivir pese a sus achaques de salud. A esto se le suma el temor de que otros miembros de la familia estén contagiados.
Tal es el caso de una joven de 17 años, quien permanece aislada tras la muerte de su padre por COVID-19.
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Era la hija menor. Permaneció sola junto a su progenitor los últimos días de gravedad que no sabían a qué se debía.
Con profunda tristeza cuenta que eran tan fuertes los dolores que padeció lo llevaron a intentar quitarse la vida en dos ocasiones.
Su padre era un hombre diabético con plomo en la sangre. Su cuadro comenzó a complicarse y las últimas noches en casa le era casi imposible respirar.
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Le conto a nuestra periodista Addis Burgos que brigadas comunitarias de la Fuerza Aérea identificaron su caso y le asignaron una prueba de COVID, pero mientras llegaban los resultados su salud se agravó y corrieron por un internamiento.
Su hija mayor fue la única que tuvo oportunidad de verlo tras un cristal cuando fue llevado al hospital. Allí falleció.
Mientras tanto su hija más pequeña, quién lo cuidaba mientras estaba en casa, aún permanece en un encierro con el temor de haber sido contagiada aunque no presenta síntomas.
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En una pequeña sala solitaria pasa sus días. Le acompaña un teléfono, una cantina con comida que le envían y un mueble incómodo en el que dice intenta dormir por las noches porque tiene miedo de entrar a la habitación.
Una prima acude con frecuencia a visitarla. Al no poder acercársele, por precaución, coloca una silla en medio de la calle frente a su casa y desde ahí la observa y conversa con ella. Una manera de no dejarla sola.