Pensándolo bién

El país del «No Hay»

HRW pide presión internacional ante profunda crisis humanitaria en Venezuela
HRW pide presión internacional ante profunda crisis humanitaria en Venezuela

Perdonen que una vez más tome este espacio para referirme a la realidad de mi país, leí hace algún tiempo que permanecer callado ante la injusticia te hace cómplice del verdugo, por lo que para mí el silencio no es una opción. En estas horas aciagas en las que los venezolanos batallan por sobrevivir a una de las crisis económicas más graves de su historia, no puedo sino declararme en rebeldía ante la frase más escuchada en Venezuela en los últimos tiempos: «no hay«.

Son decenas de reseñas periodísticas las que hablan de las dificultades para adquirir comida en la tierra del Libertador Simón Bolívar; de las horrorosas historias de niños que mueren por falta de medicinas; de la volatilidad de un país que parece estar sumergido en la violencia (más de 20 mil homicidios al año) y son claros los ejemplos que muestran el tufo de la irracionalidad en el afán por conservar el poder. La frase en Venezuela es hace años la misma: no hay arroz, no hay luz, no hay agua, no hay tratamientos oncológicos, no hay aspirina, no hay paz en las calles, no hay gomas para su carro, no hay voluntad de diálogo.

En un país donde los «no hay» superan la ficción, esta semana el Consejo Nacional Electoral decidió dar la estocada final al único resquicio de esperanza que le quedaba a los venezolanos para aguantar el «chaparrón» como le decimos allá a un fuerte aguacero. Me refiero al referéndum revocatorio. Dijeron en un comunicado para no tener que dar la cara «no hay» elecciones.

Para las rectoras del CNE, medidas cautelares dictadas por tribunales penales de primera instancia fueron más que suficientes para decir «sí hay» razones para detener la voluntad popular, para dar un zarpazo a la Constitución y casi al mismo tiempo en que Nicolás Maduro partía en un viaje «al Medio Oriente», decirle a los venezolanos aquí «no hay» democracia.

En el país en el que crecí habíamos aprendido a coexistir con nuestros males pero en el horizonte había esperanza. Cuando en medio del caos en el metro uno veía que la gente respetaba las normas y cedía su puesto al enfermo, uno decía «sí hay cultura ciudadana«. Cuando en medio de los escándalos políticos por corrupción y otros desmanes, los medios de comunicación podían hacer su trabajo y denunciar las malas prácticas, uno decía «sí hay libertad de expresión«. Cuando militares daban golpes de estado y violentaban la paz de la República, habían tribunales que los procesaban pero les garantizaban derechos, y uno decía entonces «sí hay justicia«. Tanto se les garantizaron sus derechos que hasta uno de los amotinados se volvió Presidente de la República. Ese era el país de los «sí hay«.

Hoy, cuando los abanderados del «no hay» tienen al poder agarrado con los dientes, no me queda sino pensar que no soñé yo sola ese país del «sí hay«. Cuesta mucho ser optimista cuando te degradan, te avergüenzan, intentan arrodillarte. Creo que el objetivo siempre ha sido el mismo: hacernos creer que «no hay» esperanza. Sin embargo, estoy convencida que mas del 80% de los ciudadanos saben que «sí hay» y habrá -tarde o temprano- libertad. Porque la barbarie no nos define, porque somos más los que queremos vivir en paz, porque estamos cansados de tanto odio, porque necesitamos definirnos como generadores de cambio y no como destructores de todo. Porque «sí hay» gente honesta y trabajadora que quiere y suplica no escuchar más nunca la odiosa frase «no hay«.

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