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El comodín de los españoles en Líbano

El comodín de los españoles en Líbano
El comodín de los españoles en Líbano

“Llama a Gaspar”, resuena en la Embajada española cada vez que se presagian problemas entre un ciudadano español y las instituciones libanesas. A los 60 años y padre de dos hijos, Gaspar Abdo, hoy de nacionalidad española, lleva 43 trabajando en la Embajada de España en Líbano. Ha visto pasar a 14 embajadores, arder una cancillería, colaborado en dos evacuaciones de la comunidad española, y pasado 33 días secuestrado. Los 15 años de guerra civil los pasó cruzando los puestos militares que separaban el Beirut este y cristiano del oeste y musulmán, en un conflicto en el que perdieron la vida un cuarto de millón de personas, entre ellos el embajador Pedro Manuel de Arístegui.

“En una ocasión nos quedamos el canciller, mi hermano Asad Abdo junto con el embajador y yo toda una semana atrapados en la cancillería por la intensidad de los tiroteos”, espeta con su característico acento cubano y herencia de una infancia pasada en La Habana. En otra ocasión logró echar a una milicia cristiana que intentó asaltar la embajada para robar el material de valor. “Se llevaron un todoterreno, pero a la hora y media de negociaciones lo trajeron de vuelta”, relata antes de añadir entre carcajadas: “Ya le habían colocado una metralleta, así que nos lo devolvieron con el soporte de metal atornillado en la parte trasera”.

Entra las aventuras y desventuras que vivió, una se antoja inolvidable. “Recogí a los cinco GEO [Grupos Especiales de Operaciones] del aeropuerto de Beirut el 17 de enero de 1986”, recuerda arqueando las cejas. “Apenas logramos salir del perímetro del aeropuerto, que ya estábamos secuestrados”, apostilla con esa media sonrisa de la que nunca se desprende. Cayó, junto con el canciller y el GEO Pedro Antonio Sánchez, en manos de una milicia local que pretendía usar a los GEO como moneda de cambio para liberar a dos familiares presos en Alcalá-Meco.

Pasaron 33 días en una casa que hacía las veces tanto de cárcel como de sala de tortura para otros cautivos en tránsito. Abdo relata la interminable rutina de amenazas, simulacros de ejecuciones e insultos que transcurrieron entre esas cuatro paredes y ello, remacha, con el estómago vacío. Las negociaciones avanzaron y, tras sellar un acuerdo bajo mesa con el Gobierno español, los tres rehenes fueron finalmente liberados.

Al igual que Gaspar Abdo, un reducido número de trabajadores locales han sido clave a la hora de mantener abiertas las puertas de las Embajadas españolas en países en guerra como Irak, Argelia o Líbano para los españoles que decidieron permanecer en el país. Y ello, a pesar de unos salarios y condiciones de trabajo que rara vez se adecúan a los riesgos que exige el puesto. “Me encanta mi trabajo. Me encanta ayudar”, da por respuesta Abdo, a quien muchos españoles siguen mandando mensajes de agradecimiento tras su paso por Líbano. La primera fue por barco durante la guerra civil, atravesando los frentes para agrupar a los españoles de las zonas cristianas y de las musulmanas. La última en 2006, por carretera y bajo los bombardeos para evacuar a los españoles hasta el aeropuerto de la capital siria.

A Abdo se le quiebra la voz cuando llega el momento de hablar sobre el reencuentro con su madre tras su liberación. También le esperaba la ya solicitada nacionalidad española junto con varias condecoraciones al mérito civil. Pero la alegría duró poco. En abril de 1989 un proyectil alcanzó la residencia del embajador Arístegui, a las afueras de Beirut, matando a otros tres miembros de su familia. “La metralla le alcanzó en el cuello y falleció en el hospital”, rememora Abdo, quien ese día no llegó a acudir a la comida a la que el embajador le había pedido que llevara endivias.

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