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Obama reconoce por primera vez los errores de EEUU; cambia política exterior

Obama reconoce por primera vez los errores de EEUU; cambia política exterior
Obama reconoce por primera vez los errores de EEUU; cambia política exterior

WASHINGTON.- Hubiera sorprendido de cualquier otro presidente, pero durante su último año en el puesto, Obama prácticamente ha hecho una rutina de reconocer la despreciable historia de Estados Unidos en algunos de los países que visita.

A inicios del mes se trató del bombardeo dirigido por la CIA y la campaña paramilitar que devastó a Laos durante la Guerra de Vietnam. Aunque el presidente estuvo a punto de disculparse, en sus palabras, estaba “reconociendo el sufrimiento y sacrificio en ambos bandos del conflicto”.

Este año, el presidente Obama ha encarado de manera similar los crímenes estadounidenses cometidos en Cuba, Argentina, Vietnam y Japón; en cada ocasión habló de las acciones cometidas hace décadas, pero que siguen siendo temas sensibles, enmarcados en un lenguaje de reconciliación. En comparación, el demócrata anterior en la Casa Blanca, el presidente Bill Clinton, hizo esto en dos ocasiones, ya que admitió el apoyo de la CIA en la campaña de terror en Guatemala durante la guerra civil de ese país y, en un discurso que delegó a su secretaria de Estado, aceptó el papel de Estados Unidos en el golpe de Estado de 1953 en Irán.

La serie de declaraciones de Obama en las que ha revisado puntos históricos conflictivos, destaca varias facetas poco usuales de su visión del mundo. Son congruentes con su esfuerzo más amplio de ponerse en contacto con antiguos adversarios, como Cuba y Birmania. Estos reafirman su creencia en la introspección y la necesidad de derrotar al pasado. Asimismo, pone de relieve su punto de vista de que el poder estadounidense no siempre ha sido una fuerza para hacer el bien.

A la Casa Blanca no le entusiasma mucho llamar la atención sobre esta práctica. La administración aún está sensible después de que los conservadores la acusaron de “disculparse en nombre de Estados Unidos” en 2009, después de que Obama habló de manera crítica sobre su predecesor republicano en sus visitas a Egipto y Francia.

Sin embargo, en una reciente conferencia de prensa con algunos reporteros, la consejera de seguridad nacional de la presidencia, Susan E. Rice, afirmó: “Un sello distintivo del periodo del presidente ha sido enfrentar y reconocer nuestra historia”.

Esa historia ha incluido, como “punto de partida”, el papel “abrumadoramente positivo” de Estados Unidos en el mundo, explicó Rice. “Donde sea el caso, debemos reconocerlo”.

Esta práctica, añadió, “conviene a nuestros intereses y relaciones en cuanto a nuestra capacidad de superar el pasado en algunos de estos lugares”.

La profesora de estudios gubernamentales en Darmouth College y autora de Sorry States: Apologies in International Politics, Jennifer Lind, explicó que esos comentarios tienen una función específica que va más allá de fomentar buenos sentimientos.

En marzo, por ejemplo, Obama admitió ante la audiencia cubana que en otro tiempo Estados Unidos había intentado “ejercer control sobre Cuba” y que había trató al país como “algo de lo que podía aprovecharse”. Al rechazar explícitamente el comportamiento de Estados Unidos en el pasado, Obama envió el mensaje de que no se repetiría. Al abrirse a la crítica interna, mostró su disposición a hacer sacrificios para mejorar las relaciones.

En mayo, Obama se refirió al sufrimiento causado por las bombas atómicas en Hiroshima. Esto comunicó más que las preocupaciones de Obama por las armas nucleares. Fue una señal de que Washington entiende las necesidades de Japón y asignará recursos para satisfacerlas; en este caso, el presidente hizo una visita que le hubiese podido acarrear consecuencias políticas no deseadas en el ámbito estadounidense, lo cual quizá ayudó a convencer a Tokio de que no puede contar con el apoyo de Estados Unidos en lo referente a enfrentamientos navales con China, por ejemplo.

La profesora Lind hizo énfasis en que ninguno de los comentarios de Obama eran una disculpa. Sin embargo, la controversia que les rodea tampoco resulta vacía. Por el contrario, estos discursos tocan un antiguo diferendo en la política nacional sobre la naturaleza del poder de Estados Unidos.

“Retoma el asunto de la identidad nacional”, afirmó. Algunos estadounidenses, entre ellos Obama, destacan los ideales demócratas de la humildad y la autocrítica. Otros piensan que el poder estadounidense radica en la unidad, la celebración de las hazañas positivas y las muestras de fortaleza.

“Las democracias deben tener el valor para reconocer cuando no cumplen con los ideales que defendemos”, afirmó en marzo Obama, mientras estaba en Argentina, al referirse al golpe de Estado de 1975, el cual recibió la aprobación explícita de su país. “Cuando Estados Unidos reflexione sobre lo que pasó aquí, también debe analizar sus propias políticas y su pasado”.

Los opositores están preocupados de que las declaraciones de Obama minen la imagen de Estados Unidos como una fuerza intrínseca para el bien del mundo; una imagen que, según ellos, es central para la identidad y el poder estadounidenses.

Jeremy Shapiro, director investigador en el Consejo Europeo de Relaciones Internacionales, aseguró que esta idea, aunque muy divulgada en Estados Unidos, es una especie de falacia. Solo los estadounidenses creen que el poder de su país es virtuoso por naturaleza; en el resto del mundo, las personas consideran no solo que esta idea es falsa, sino también peligrosa.

“La diferencia en la manera en que esto se ve en el extranjero y en el ámbito nacional es uno de los problemas más grandes en la política exterior de Estados Unidos”, explicó Shapiro, quien es estadounidense. “Es una imagen que los estadounidenses tienen de sí mismos, pero sus aliados simplemente no la comparten”.

Esta autoconcepción se construyó durante el último siglo como una manera de lidiar con el aislamiento geográfico del país. Cuando los presidentes estadounidenses buscaban apoyo interno para intervenir en crisis que ocurrían en lugares lejanos, como la Primera Guerra Mundial o la guerra civil en Libia en 2011, “siempre tuvieron que infundir en la política exterior un tinte moral más fuerte que el de la mayoría de los países”, aseveró Shapiro.

Después de la Segunda Guerra Mundial y de décadas de intervención durante la Guerra Fría, este mensaje, el de un poder estadounidense intrínsecamente virtuoso, se arraigó en la identidad estadounidense. Eso hizo que los presidentes no pudieran admitir los errores del pasado ni comprometer las políticas en vigor. Los países extranjeros llegaron a asociar la retórica moralizadora de Estados Unidos con sus mayores tropiezos, como la invasión a Irak en 2003, y con un rechazo a estrechar compromisos, incluso con sus aliados.

Obama está rompiendo este patrón. Cuando da a entender que Estados Unidos ha causado daño en el extranjero y que quizá incluso haya cometido errores, hace que la retórica estadounidense coincida con la realidad tal como la percibe el mundo. Sus partidarios consideran que estas acciones envían un mensaje a los Estados extranjeros de que pueden confiar en que Washington escuchará sus preocupaciones e incluso se comprometerá, lo que alienta tanto a sus aliados como a sus adversarios a invertir capital político en la relación.

Quizá haya factores más personales que motivan las declaraciones de Obama. Incluso antes de convertirse en presidente, Obama ha subrayado la importancia de enfrentarse a la historia que duele, y a menudo cita una conocida frase de William Faulkner: “El pasado nunca está muerto. No está siquiera en el pasado”. Al hablar sobre dificultades, desde relaciones raciales hasta internacionales, ha asegurado en repetidas ocasiones que el progreso de hoy no puede darse sin vencer primero los traumas del pasado.

“Tenemos la responsabilidad de enfrentar el pasado con honestidad y transparencia”, afirmó en su discurso de marzo en Buenos Aires, apenas parafraseando a Faulkner. “Lo que pasó aquí en Argentina no es exclusivo de Argentina y no se encuentra confinado al pasado”.

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