Glenn Quillin se lanzó desde un avión sobre las montañas de San Diego, California, ante la mirada de una docena de familiares asustados por un dato extra: minutos antes otro paracaidista sufrió un accidente.
Michael Welch, nieto del centenario Quillin, fue el motor de la locura de su abuelo, que dos meses antes de cumplir los 100 decidió celebrarlo cumpliendo un deseo de largo tiempo: saltar en paracaídas.
Pero minutos antes de que despegara el avión, hubo un accidente en el que otro paracaidista tuvo un mal aterrizaje y terminó muy lastimado. Sucedió justo frente al grupo de Quillin, que esperaba para despedirlo con sus mochilas listas rumbo al cielo.
La impresión fue fuerte, pero Quillin tenía una lejana experiencia y el deseo de revivirla en mejores condiciones pudo más. Este sería su primer salto desde 1931, cuando debió hacerlo por obligación, al fallar el motor de un avión en el que viajaba solo junto al piloto. Ambos cayeron sobre una ciénaga.
Pero esta vez, todo fue más placentero: «Lo primero que vino a mi cabeza es que no había que guardarse nada. Y fue un gran salto, disfruté cada segundo, ¡fue tremendo!», dijo Glenn al regresar a tierra con la adrenalina todavía muy alta.