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Padre Nelkys Acevedo: «Nuestro país, el mundo, toda la tierra lloran y sufren estos días»

Santo Domingo RD.- El padre Nelkys Acevedo dice en la sexta palabra «Nuestro país, el mundo, toda la tierra lloran y sufren estos días» señala que la Iglesia, tachada de cobarde por las redes, llora y sufre con sus hijos y esos que hablan mal de la Iglesia, olvidan que su misión es llorar con los que lloran.

«Tomémonos de la mano del Señor, que ha venido a rescatarnos. Pongamos la mirada en el Salvador, quien ha venido a ayudarnos. Dios quiere hacer cosas que superen todas nuestras razones.»

«El COVID nos está enseñando que estábamos viviendo mal, y hemos llegado a este día convencidos que en el futuro: o cambiamos o morimos. Sin Dios, sufrimos; con él, al final de nuestros días podremos decir llenos de alegría que ¡todo está cumplido!»

A continuación 6ta. Palabra: “TODO ESTA CONSUMADO”
(Juan 19,30)

En la Plegaria Eucarística número II, el Sacerdote reza así: Él en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la Cruz y así adquirió para ti un pueblo Santo.

Esta frase es dicha por Jesús como quien ha llegado a este momento de la Cruz con una decisión clara y profunda, con la convicción de quien sabe cuál es su misión. Para Juan, Jesús no llega derrotado a la Cruz sino con la claridad de que todo esto tiene un sentido en su vida, pero sobretodo en el plan de Dios; es decir, Jesús exclama “todo está cumplido” como quien dice que ha cumplido la tarea encomendada, la misión que se le ha dado; llega al final de su vida habiendo cumplido “la misión”.

En efecto, en la vida de Cristo todo lo que las Escrituras proclaman y lo que los profetas anunciaban encuentra cumplimiento.

San Melitón, Obispo de Sardis y escritor eclesiástico prominente de la segunda mitad del siglo II, lo explica con las siguientes palabras:

Muchas predicciones nos dejaron los profetas en torno al misterio de Pascua, que es Cristo; Él vino desde los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal y apareció como hombre; hizo suyas las pasiones y sufrimientos humanos con su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó las pasiones de la carne, de modo que quien por su espíritu no podía morir acabó con la muerte homicida. Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, el que en otro tiempo libró a los israelitas de Egipto, y nos salva de la esclavitud diabólica, como en otro tiempo a Israel de la mano del Faraón; y marcó nuestras almas con su propio Espíritu, y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre.

Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al Faraón. Éste es el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de las tinieblas al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. Él es la Pascua de nuestra salvación. Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de manos en Isaac, el mismo que peregrinó en Jacob y vendido en José, expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero, perseguido en David y deshonrado en los profetas. Éste es el que se encarnó en la Virgen, fue colgado en el madero y fue sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo. Éste es el cordero que enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro.

Este hombre que grita que todo se ha cumplido, nada posee, ha muerto sin nada: sus vestidos los sortean los soldados, hasta la túnica y sus sandalias son de ellos; no tiene sepulcro donde reposar, y un amigo le prestará el suyo. Él no tiene nada, ¡ah! sí, tiene una madre cerca de la cruz, que, por cierto, es la mujer más maravillosa que ha pasado por este mundo; pero desde ahora ya no será solamente suya, porque nos ha dicho a cada uno de nosotros: “Ahí tienes a tu Madre”, y a Ella le ha dicho: “Ahí tienes a tus hijos”. Es impresionante ver con qué autenticidad esta Madre se ha preocupado por todos sus hijos. Aquella Madre del Calvario tiene también ese nombre tan cercano y tan nuestro de: Santa María, Virgen de la Altagracia. Aquella tarde del viernes Santo estaba en la colina del Calvario; después vendría a Visitarnos en Higüey, a decirnos que sí, que había aceptado ser nuestra Madre.

Porque no estamos solos. Solos nos hundimos, solos nos perdemos, “solos estamos condenados” decía el Santo Padre Francisco hace unos días.
Nuestro país, el mundo, toda la tierra y cuantos la habitan, lloran y sufren estos días. La Iglesia, tachada de cobarde por las redes, llora y sufre con sus hijos; estos que hablan mal de la Iglesia, olvidan que su misión es llorar con los que lloran, haciendo presente que aun en medio de las pruebas Dios va con nosotros, que todo tiene que cumplirse y que el Padre no nos abandona.

En el recordatorio de mi ordenación sacerdotal, hace 7 años, quise colocar un versículo de la Carta a los Hebreos que dice: “Es capaz de comprender a errantes y extraviados, porque está envuelto en debilidad”. Juro que nunca pensé que serían proféticas en mi propia vida estas palabras, hoy conozco el dolor, la angustia, la desesperanza y la desesperación como hace un año no la conocía; pero también a lo largo de casi un año, he aprendido el valor de la DIGNIDAD HUMANA, la fuerza del BIEN cuando es COMÚN, el destino UNIVERSAL que tienen los BIENES, lo que es la SUBSIDIARIDAD cuando estamos en medio de la angustia, lo importante de la SOLIDARIDAD cuando el dolor nos visita. Sé que no son términos técnicos, estos puntos que Monseñor Ozoria mencionaba el pasado 25 marzo, soy testigo de que es la manera en que la Iglesia, los hermanos, la humanidad, hace presente en medio de la angustia y el dolor que no estamos solos. Quien preside esta Iglesia arquidiocesana, sabe desde muy joven que Dios provee -como reza su escudo episcopal-, que Dios acompaña, que Dios nunca abandona, y tampoco lo hará con nosotros en este duro momento.

CONSUMATUM EST, todo está cumplido, ¿qué significa? Que no estamos solos.

Ya desde el nacimiento, Jesús ha sido como aspirado por aquella hendidura en la Roca, que es el sepulcro. Allí tuvo que bajar, allí llegó su amor: hasta el final. Su último aliento infundió a todo el cumplimiento; un aliento débil e imperceptible, pero dentro tenía guardada toda la vida de Dios, que, como una bendición, bajó y se acomodó humilde, invisible; adonde no había vida, aquel: ¡Todo está cumplido! abrió el camino a su cuerpo sin vida, invadió aquella tumba preparándola para acoger esa muerte única y santa. Una racha divina prohibida al ojo listo y que se piensa inteligente del hombre; un misterio de vida que estalla en la muerte, ninguna ciencia podrá explicar tan grande amor. Ha bajado allí, en aquel sepulcro y a cada tumba, desde ese instante, se ha hecho Esposa del Señor de la vida.

El Hijo de Dios, igual a Dios, Dios en Persona, tuvo que entregarse sin reservas a la muerte que a todos nos encarcela; tuvo que pasar por ella, para llegar a nosotros sus esclavos. Tuvo que hundirse en nuestra realidad para que nos diéramos cuenta de Él, dándonos cuenta también de la muerte que llevamos dentro; tuvo que casarse con nosotros en aquella Cruz para reconducirnos al Paraíso.

La angustia de Jesús, que eleva al Padre una oración sobre la que desciende la sangre que sólo el amor auténtico puede derramar. Jesús, el Esposo que quiere a la esposa hasta el final, y la esposa dormida, incapaz de sustentar el peso que supone el amor. Toda la Pasión de Jesús se cumple en el Getsemaní, donde su naturaleza humana es entregada a la voluntad del Padre. Postrado sobre la tierra de la cual todos somos hechos, acogiendo la voluntad del Padre que nos ha creado para Él, se empeña en hacer de nosotros su esposa.

Con su sangre derramada para lavar cada adulterio nuestro, Jesús nos ha reengendrado como a vírgenes castas elegidas por el Padre para un único Esposo. Con la misma sangre ha redactado el documento con el que nos ha acogido en su intimidad, empeñándose en protegernos y proveer para nuestra vida.

En el relato de su Pasión, cada instante, cada palabra, cada gesto, constituye una letra ensangrentada que testimonia la autenticidad y el valor infinito de su amor hacia nosotros. Porque el amor no es un sentimiento, sino el empeño duro y a menudo cruento de fidelidad. Cada golpe de flagelo, cada insulto, cada escupitajo; y luego los clavos, las espinas, la Cruz, el vinagre, la asfixia, la soledad y el extremo abandono, son algunas entre las condiciones que Jesús ha honrado para pagar el precio de nuestro rescate.

Jesús ha sido fiel proveyendo a nuestra salvación, cargándose de nuestra infidelidad. No nos ha juzgado, ni renegado. Nos ha querido siempre, paso tras de paso, dolor tras de dolor, hasta el final, hasta la tumba que ha decretado nuestra quiebra. Jesús ha querido a una esposa adultera, excitada para los amantes, narcisísticamente redoblada a contemplar su propio yo, llegado a ser dios. Jesús se ha casado con cada centímetro de nuestra historia registrada, instante tras de instante, pecado después de pecado, en los acontecimientos, en las palabras y en los personajes de su Pasión.

Pero ésta Pasión ha sido el parto doloroso de las bodas decidida en las entrañas del Getsemaní. En ello Jesús nos acogió libremente, experimentando con antelación el sudor frío de la agonía; en aquel jardín saboreó el dolor que supone querer a una esposa adultera hasta dentro de su traición más grave, la que la ha conducido a matar a su Esposo.

En el Getsemaní del Shemá cumplido, Jesús ha experimentado: en su corazón, en su mente y en su carne, el sacrificio que habría significado pagar el precio para honrar la alianza de amor con la cual atarnos a Él. Jesús supo, ha temblado asediado por la angustia, ha sudado la sangre que habría derramado después de poco, y ha aceptado con amor infinito la VOLUNTAD que el Padre le encomendó cumplir: «Abbá, Papá, todo es posible para ti… Pero me crees, es duro beber la copa de estas bodas. Es amargo como la hiel y áspero como el vinagre, como la esposa con que me llamas a beberlo”. Si fuera posible pasaría más allá de él, pero… pero el amor es no seguir la carne y sus deseos; es no hacer según mi voluntad humana. El amor es acoger a la esposa que tú has preparado para mí, sin reservas, echando mi carne en la obediencia que me hace Dios contigo. Y Jesús ha tomado de las manos del Padre la Copa de

la alianza, para llenarlo con su sangre; en el que habría celebrado y bendecido las bodas con nosotros.

Pero Jesús también baja hoy al jardín a buscar a su esposa, se hunde en su mismo sueño de muerte para luchar en su lugar, vencer y así despertarla a la vida que no muere. Ocurre en el Misterio Pascual lo que ocurrió durante la Creación de Eva, plasmada por la costilla de Adán durmiente; como ocurre durante la alianza entre Dios y Abraham, caídos en un sueño profundo mientras el fuego divino pasaba bajo las carcasas de los animales desgarrados.

“Todo está cumplido” es la penúltima palabra pronunciada por Cristo; las pronuncia en el momento más duro y cruel de su vida. En medio de la cuarentena y el miedo de estos días, son estas para nosotros palabras de alegría, pues no puede estar triste como un hijo sin padre, quien tiene a un Dios poderoso que vino a amarle.

Comprendo lo que cada uno en nuestro país siente, pues también he pasado momentos muy complicados. Pasé días en los que no supe cómo afrontar las desgracias que estaban pasado. Sé muy bien que nos sentimos sin fuerzas e inclusive abandonados, pero en medio de todo este gran conflicto, Dios está a nuestro lado. Se acerca y nos dice palabras que no habíamos esperado, nos dice qué hacer para salir de ese lugar en el que estamos quedados y con su gran poder nos hace comprender que toda obra para bien, al fin y al cabo.

Tomémonos de la mano del Señor, que ha venido a rescatarnos. Pongamos la mirada en el Salvador, quien ha venido a ayudarnos; tomemos su diestra poderosa, para que Él pueda levantarnos, y procuremos aprender de las cosas que Dios está con todo esto enseñándonos. Dios quiere hacer cosas que superen todas nuestras razones.

El COVID nos está enseñando que estábamos viviendo mal, y hemos llegado a este día convencidos que en el futuro: o cambiamos o morimos. Sin Dios, sufrimos; con él, al final de nuestros días podremos decir llenos de alegría que ¡todo está cumplido!.

Más contenido por Redacción CDN

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