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«Murieron en silencio y solos”: la indignación de los familiares de los fallecidos en residencias para ancianos

El coronavirus ha tenido un impacto devastador en las residencias de adultos mayores en Europa.

Solamente en España se estima que se registraron en esos centros más de 16.000 muertes, en muchos casos cerca de Madrid.

El verdadero número de muertos tal vez jamás se conozca con exactitud, pero los familiares exigen respuestas.

Quieren saber cómo fue posible que fallecieran durante la pandemia tantos de sus seres queridos.

En torno al mediodía del 8 de marzo, Rosana Castillo se encontró con algunas amigas cerca de su casa en Lucero, un barrio de clase trabajadora en el oeste de Madrid.

Como hacían todos los años, las amigas concurrieron a las protestas convocadas para el Día Internacional de la Mujer. Se abrazaron y de manos dadas marcharon al son de cánticos como “Abajo con el patriarcado” y “El feminismo ganará”.

En ese entonces los españoles aún podían salir a la calle sin restricciones y el coronavirus, que ya había cobrado cientos de muertos en Italia, parecía más bien un dolor ajeno.

Castillo, que a los 60 años se había jubilado de su trabajo administrativo en una escuela, había visto personas usando tapabocas en el metro, pero pensó que se trataba probablemente de turistas. “No era algo que hablábamos aquí”, me dijo.

Pero algo le preocupaba. Había visitado a su madre de 86 años, Carmela, pocas horas antes en Monte Hermoso, la residencia para adultos mayores cerca de la plaza en la que se reunió con sus amigas.

Cuando llegó al portón de entrada de la residencia no le permitieron entrar. Una trabajadora dijo que dos residentes habían contraído el covid-19 y las visitas se habían suspendido.

Castillo había visto a Carmela, quien padecía Alzheimer avanzado, hacía tres días, cuando su madre fue dada de alta tras pasar una semana en el hospital por dificultades respiratorias.

El doctor le había asegurado que Carmela iba a estar bien y que su caso no estaba relacionado con el nuevo virus, aunque no se le había hecho ninguna prueba para descartar el covid-19.

Castillo sintió frustración ante la falta de explicaciones de la trabajadora.

Cuando comenzaba a intercambiar números de celular con familiares de otros residentes frente al portón, vio que una trabajadora salía con prisa de Monte Hermoso cubriéndose la boca con un paño.

Castillo conocía a la trabajadora desde hacía tiempo, pero la mujer no se detuvo para hablarle y eso levantó sus sospechas.

“En ese momento”, recordó, “sentí que algo no estaba bien”.

Sin respuestas
Ya se sabía, por los casos de China y de Italia, que las personas mayores con problemas de salud eran especialmente vulnerables al virus.

Sin embargo, en España, donde un quinto de la población, unos 8,9 millones de personas, tienen más de 65 años, el gobierno del primer ministro Pedro Sánchez había tomado muy pocas acciones.

Castillo escuchaba más y más noticias sobre el virus. Y se preguntaba si se estaba haciendo lo suficiente para proteger a su madre y a otros adultos mayores.

Como no podía visitar a Carmela, la única fuente de información sobre su salud eran las llamadas breves desde Monte Hermoso. Castillo no cesaba de preguntar, pero no obtenía respuestas.

Consuelo Domínguez, una amiga de muchos años, también tenía a su madre en Monte Hermoso, un centro privado de ladrillos rojizos y grandes ventanas con capacidad para 130 residentes.

Su amiga tampoco lograba obtener información. Ambas hijas sabían además que algunas trabajadoras de la residencia se habían aislado porque padecían tos y fiebre, los síntomas más comunes del covid-19.

Castillo y su amiga estaban seguras de que algo estaba sucediendo.

“No nos decían la verdad de lo que estaba pasando”
El coronavirus se estaba esparciendo en España a una velocidad alarmante, y el 14 de marzo el primer ministro impuso un estado de emergencia con medidas nacionales de confinamiento obligatorio. Nadie se sentía a salvo.

Aquella tarde Domínguez recibió una llamada inesperada desde Monte Hermoso. “Quien me llamaba estaba muy nerviosa”.

La trabajadora dijo secretamente a Domínguez que 70 personas en la residencia estaban infectadas y que 10 pacientes ya habían muerto.

“Llamé a Rossana porque me asusté muchísimo, esta cifra era una cosa muy seria”, me relató.

“Cuando me llamó y me dijo que era esa cantidad no podía creerlo”, recordó Castillo. “No nos decían la verdad de lo que estaba pasando”.

Castillo y Domínguez alertaron a periodistas y el 17 de marzo Monte Hermoso se transformó en noticia nacional.

Solo entonces las autoridades de Madrid habían tomado conocimiento de lo que sucedía en el lugar. 19 residentes ya habían perdido la vida.

Ese mismo día por la tarde, Castillo recibió una llamada desde Monte Hermoso.

Su madre, que compartía habitación con otra residente con problemas de salud, tenía fiebre.

“Esa llamada me impactó porque sabía que mi madre probablemente no saldría, que no podría con la enfermedad”.

«¿Por qué no eran claros con nosotros?»
Los familiares de los residentes crearon un grupo de WhatsApp, en el que no paraban de llegar mensajes perturbadores.

“Las auxiliares de clínica estaban desbordadas y muy nerviosas porque tenían unas ocho personas en la cama con fiebre y algunas medio delirando, eso lo presencié en vivo”, relató un familiar que había estado en el lugar dos días antes de que se suspendieran las visitas.

Aurora Santos, cuya madre también estaba en Monte Hermoso, recordó haber visto por esos días en el comedor a personas enfermas. “No sabíamos en ese entonces qué sucedía en la residencia, qué protocolos seguían, no sabíamos nada”.

Santos se unió a Castillo y Domínguez en la búsqueda de información. Estaban convencidas de que los pacientes con síntomas de covid-19 no habían sido aislados de otros residentes antes de que el virus se esparciera.

Las trabajadoras aisladas por tener síntomas aparentemente no habían sido reemplazadas, y aquellas que aún podían trabajar debían hacer turnos más largos y extenuantes. Como no tenían equipo de protección, las trabajadoras recurrieron a tapabocas caseros.

“No lo entiendo, sinceramente no entiendo. Nosotros tratábamos de ayudar. Nuestros familiares estaban allí dentro. No queríamos ir contra la residencia”, señaló Domínguez. “¿Por qué no eran claros con nosotros?”.

Monte Hermoso, según se supo después, no era un caso aislado. Nadie parecía saber la verdadera magnitud de lo que estaba ocurriendo.

Condiciones precarias
Durante años, Carmela Flores, jefa de un grupo defensor de los derechos de los pacientes, había advertido sobre las condiciones precarias en algunas de las 5.417 residencias para adultos mayores de España.

“La cantidad de denuncias era una locura”, me dijo. “Yo pensaba, no pueden dejar a esas personas morir de esa forma”.

Tres de cada cuatro residencias en España son privadas y el costo de muchos pacientes, como en el caso de Carmela, es financiado parcial o totalmente por el Estado.

José Manuel Ramírez, presidente de la federación que representa a los administradores de residencias, dijo que los fondos púbicos que reciben no han aumentado en la última década debido a las medidas de austeridad en el país.

Muchas empresas tuvieron que hacer recortes para producir ganancias, dijo Flores, quien aseguró que aún en tiempos normales algunas residencias operaban con un mínimo de trabajadores y sin el equipo adecuado.

Una trabajadora de una residencia en la que murieron 90 pacientes me dijo: “Las residencias se han convertido en fábricas de hacer dinero. Lamentablemente ahora estamos enterrando a nuestros viejos”.

“Lo que sucedió no es una sorpresa. No. Muchas veces comentábamos que un día iba a pasar algo muy gordo porque esto era insostenible”.

Los hospitales abarrotados rechazaban a algunos pacientes de residencias, enviándolos de regreso, muchas veces para morir.

En muchos centros para adultos mayores no había ni oxígeno, crucial en el caso de enfermedades respiratorias, ni un médico.

Monte Hermoso tenía solo un médico que a menudo trabajaba solo en las mañanas, dijo Castillo.

Fuente: BBC

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