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Estrategia o improvisación: La diplomacia telefónica de Trump

Estrategia o improvisación: La diplomacia telefónica de Trump
Estrategia o improvisación: La diplomacia telefónica de Trump

El presidente-electo también ha usado la red social Twitter como instrumento para lanzar mensajes que afectan a las relaciones internacionales de su país. Este domingo, dos días después del desaire a China por la llamada con la presidenta taiwanesa, escribió varios mensajes desafiantes dirigidos a este país. En ellos se pregunta, en tono se queja, si China pide permiso a EE UU para devaluar su moneda, imponer aranceles o expandirse militarmente en su área de influencia. «¡No lo creo!», se responde él mismo.

Desde que ganó las elecciones presidenciales el 8 de noviembre, el republicano Trump y el vicepresidente-electo, Mike Pence, han llamado a una cuarentena de líderes extranjeros. Las llamadas no parecen haber seguido un orden ni un protocolo.

Trump, que debe jurar el cargo el 20 enero, ha renunciado al asesoramiento de los funcionarios del Departamento de Estado que en estas ocasiones suelen ocuparse de preparar al presidente electo con el contexto adecuado. No está claro, dada la poca información que ha suministrado el equipo de Trump, que haya habido en todo momento alguien tomando nota de las conversaciones. Algunas han ocurrido por canales informales y quizá no protegidos. El primer ministro de Australia, Malcolm Turnbull, por ejemplo, felicitó a presidente electo de EE UU con una llamada a su teléfono móvil personal, cuyo número obtuvo por medio del golfista australiano Greg Norman.

Los escuetos resúmenes de las llamadas en los comunicados del equipo de transición presidencial, encargado de organizar el traspaso de poderes, han dejado en manos de los interlocutores del presidente-electo el control del mensaje. Ocurrió hace unos días en la llamada de Trump con el primer ministro de Pakistán, Muhammad Nawaz Sharif. El Gobierno pakistaní describió con gran detalle la llamada en un comunicado. “Eres un tipo genial. Estás haciendo un trabajo impresionante que es visible de muchas maneras”, le dijo Trump a Sharif, según el comunicado.

Después se ofreció a “tener cualquier papel que [el primer ministro de Pakistán quiera] para abordar y encontrar soluciones” a los problemas del país. Y aceptó una invitación a visitarle. Pakistán es una potencia nuclear, el país en el que Osama bin Laden se refugió hasta que un comando estadounidense lo mató en 2011. En cada movimiento respecto a Pakistán, EE UU suele tener en cuenta a India. Obama no ha visitado Pakistán. Su antecesor, George W. Bush, sí lo hizo, pero en un mismo viaje que le llevó a India.

La misma semana, Trump habló con Duterte, el nuevo presidente filipino, cuyo estilo histriónico y provocador ha suscitado comparaciones con Trump. De nuevo, fue Duterte quien resumió la llamada diciendo que el presidente-electo de EE UU apoyaba su campaña antidrogas, bajo sospecha por posibles violaciones de derechos humanos. El equipo de Trump no confirmó estos detalles ni tampoco la supuesta invitación a visitarle a Washington.

El último caso, y el más ruidoso, fue la llamada el viernes con Tsai Ing-wen, la presidenta de Taiwán. Es la primera conversación conocida entre un presidente o un presidente-electo de EE UU, y su homólogo taiwanés desde que en 1979 EE UU decidió reconocer a la República Popular de China como único interlocutor oficial chino y rompió las relaciones diplomáticas con Taiwán. La llamada sembró dudas sobre la Política de Una China. Vigente desde los años setenta, esta política reconoce a la República Popular de China como el único gobierno chino legal, y a Taiwán como parte de este país.

Contacto con Filipinas

La conversación entre Trump y Tsai, iniciada por esta según el presidente electo, puede interpetarse como un acto fruto de la improvisación, una llamada de cortesía sin mayor significado geoestratégico. En este caso, podría quedar como un tropiezo propio de un presidente inexperto, y nada más. Si responde a un giro estratégico, a un cambio en la relación con China —una línea defendida por muchos republicanos—, las implicaciones son mayores.

En ambos casos, la nueva política de EE UU está envuelta en una nebulosa, sujeta a interpretaciones e hipótesis que tradicionalmente se aplicaban a actores considerados irracionales, como Corea del Norte, o a regímenes opacos como la Unión Soviética. Si los primeros pasos anticipan la gestión de Trump, mundo deberá acostumbrarse a tratar con una primera potencia más imprevisible que de costumbre.

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