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En la cocina de la campaña

En la cocina de la campaña
En la cocina de la campaña

Aquí se fragua la campaña electoral que debe convertir a Clinton en la primera mujer presidente de Estados Unidos.

La zona donde se ubica la sede no es el Brooklyn de los bohemios y los hipsters, sino una zona de oficinas indistintas y edificios gubernamentales.

Nada anuncia en la entrada del edificio 1 Pierrepont Plaza que allí dentro se prepara una de las campañas más potentes de la historia reciente. Dentro, es otro mundo. Esta vez, sí, el Brooklyn de las series de televisión y el cliché turístico: el hipster con el cabello rosa, las barbas y las gafas de pasta, la atmósfera en apariencia cool, relajada, y al mismo tiempo concentrada. Hay decenas de jóvenes dedicados día y noche a analizar datos en busca de votantes, a seguir las redes sociales y responder a las crisis, a organizar a los equipos desplegados en los estados, a movilizar a segmentos demográficos clave para la victoria, como los latinos.

En la sede hay pocos despachos. En uno se ve a John Podesta, que en los años noventa fue jefe de gabinete del esposo de la candidata, el presidente Bill Clinton, y consejero del presidente Barack Obama.

En la cocina de la campaña
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En otro hablamos con Lorella Praeli, la jefa de la campaña de la candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, para los votantes latinos. Supervisa los esfuerzos para movilizarlos para la elección de Obama en 2008 y su reelección en 2012.

Cuando Praeli tenía dos años, en su país natal, Perú, un coche la atropelló. Los médicos le amputaron la pierna. Le costaba caminar. Intentaba levantarse, sin éxito. Su padre no permitía que nadie le ayudase.

«Yo me caía y él me cantaba: ‘Cuando me caigo me levanto, cuando me levanto me vuelvo a caer’. Era un mensaje que tenía un valor: ‘Te vas a caer en la vida. Te vas a tener que levantar’. Él me quería asegurar que yo podía hacerlo sola, que no era el fin del mundo si me caía».

Y así fue. Praeli se levantó, aprendió a caminar, emigró a Estados Unidos, estudió, y se convirtió en una destacada activista en favor de los dreamers, o soñadores, los inmigrantes indocumentados que, como ella, llegaron a este país siendo menores de edad. Y de ahí, a la campaña de Clinton.

En la cocina de la campaña
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«A veces me tengo que pellizcar», dice Praeli, de 27 años, en la sede de campaña. «Te dices: ‘Se supone que yo no tendría que estar aquí’».

Praeli, casada con un estadounidense, es residente legal, pero aún no había obtenido la ciudadanía el día de la entrevista. La obtuvo poco después.

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