El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, había convocado a la prensa para hacer un «anuncio». En el transcurso del día, se supo que el secretario de Educación, Arne Duncan, había decidido dejar el puesto y el propio mandatario decidió despedirlo mediáticamente. Es que el funcionario saliente es amigo personal del jefe de Estado.
Pero esta noticia regular para la vida política de EEUU venía con un seductor bonus para los reporteros: el mandatario contestaría las preguntas de la prensa sin ningún tópico vedado. No es la primera vez, pero siempre se aprovecha.
Los periodistas hicieron buen uso de su tiempo y confeccionaron consultas combinadas. Tan largas fueron algunas de ellas que la sala entera estallaba de la risa cuando el reportero tomaba aire para lograr terminar con su objetivo.
Preguntaron por el futuro de la relación con Rusia, luego de que Moscú decidiera bombardear siria en apoyo al dictador Bashar al Assad, y Obama respondió. Cuando le preguntaron por el polémico papel de Irán en la región, y a pesar de defender el acuerdo nuclear con Teherán, el demócrata también respondió.
La prensa, además, le recordó que siguen sucediéndose mortíferos tiroteos en los campus universitarios estadounidenses, y Obama –de nuevo– contestó. No fueron temas alegres, pero igual los abordó.
Lejos de evadir respuestas, el presidente estadounidense catalogó de «desastre» el accionar ruso, criticó a Teherán, aunque defendió el acuerdo nuclear, e increpó al Congreso por no promover el control de armas. Incluso se animó a opinar sobre su posible sucesora en la Casa Blanca, Hillary Clinton, y la filtración de sus correos electrónicos cuando aún trabajaba para su gobierno como secretaria de Estado.
El mandatario, relajado, habló francamente. Incluso, se permitió bromear cuando le consultaron los detalles de su conversación privada con el papa Francisco durante la última gira de éste por los EEUU. «Es un buen hombre, tiene un corazón cálido y un gran sentido del humor», dijo conmovido. Sin embargo, rápidamente agregó: «No puedo darles los detalles pero sepan que tiene un humor sano». La apreciación le hizo ganar una nueva carcajada de la sala.
Después de 50 minutos, agradeció a todos por haber asistido. «Ya se pueden ir a casa», dijo y se marchó.
