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Revendedores hacen su agosto cerca del Maracaná

RIO DE JANEIRO (AP) — Al cabo de un vuelo nocturno desde Estados Unidos, Greg Thomas degustaba una cerveza el miércoles por la tarde en una acera próxima al estadio Maracaná. De pronto, levantó cuatro dedos en señal de que él y otros tres amigos querían comprar a algún revendedor boletos para el partido entre Ecuador y Francia en la Copa del Mundo.

Los cuatro estaban dispuesto a pagar 500 dólares cada uno, pero los revendedores que deambulaban entre la multitud y eludían a la policía pedían 1.000 dólares por boleto antes del encuentro. La cantidad exigida no molestó a Thomas, pero puso a los cuatro a pensar si realmente podrían ver el encuentro, parte de sus vacaciones futbolísticas de una semana por Brasil.

«Ni hablar, son revendedores, van a sacarle a uno lo que puedan en cualquier lugar», declaró Thomas, de 33 años. «Hay que recordar que es la Copa del Mundo», agregó.

La intensa búsqueda de boletos afuera del Maracaná fue muy difícil el miércoles, porque la policía reforzó la seguridad después de que 88 hinchas chilenos sin entradas irrumpieron la semana pasada por la zona de acceso a periodistas en el estadio, pasaron por el centro de prensa y destruyeron muros temporales en su búsqueda del trayecto hacia las gradas.

Mientras aficionados de todo el mundo mostraban en lo alto carteles escritos a mano en los que solicitaban boletos, la policía identificaba a los revendedores al vigilar el intercambio de dinero por entradas entre las hordas de aficionados que llegaban a los principales puntos de acceso al estadio.

Los agentes detuvieron a vendedores de diversos países, como Gran Bretaña y Rusia, a los que acusaron de intentar la colocación de boletos a precios a más elevados que las tarifas de la FIFA, de entre 90 y 175 dólares.

Los revendedores brasileños se avivaron, detectaban a los compradores cerca del estadio y se los llevaban afuera del área de acción de la policía, hasta una gasolinera cercana, donde cerraban la operación.

Entre los clientes estuvo el gerente de una compañía noruega de seguridad, Marten Skjelvik, que consiguió dos boletos en 900 dólares, pero reconoció que se arriesgó demasiado.

Sólo traía la mitad de la cantidad y el cajero automático de la gasolinera no funcionaba con su tarjeta bancaria, así que aceptó recorrer Río en un taxi con dos amigos del revendedor mientras buscaban un cajero automático que le diera servicio. El amigo noruego de Skjelvik permaneció con el revendedor que tenía los boletos.

La gasolinera se ubica cerca de una extensa barriada en una cuesta en Río y Skjelvik estaba preocupado porque se dirigían hacia ese lugar. Se sintió más seguro cuando el taxi comenzó a dirigirse hacia el centro de la ciudad pero volvió a ponerse nervioso cuando su tarjeta tampoco funcionó en otro cajero automático. Los acompañantes hablaban entre ellos alzando la voz en portugués. Finalmente, otro cajero automático dio el dinero, y los hombres lo llevaron de regreso para concretar la compra de los boletos.

«Solamente lo hice porque quería ver el partido», declaró Skjelvik, de 32 años, a quien no importunó pagar más de la tarifa oficial de la FIFA porque, dijo, los revendedores de boletos «existen en todas partes del mundo».

Otros aficionados, en particular los procedentes de los países latinoamericanos, estaban desesperados a medida que se acercaba la hora de inicio del partido porque no podían pagar los precios inflados que pedían los revendedores.

El gerente ecuatoriano de una discoteca, Jonathan Maffare, y cinco amigos que vinieron con él a Brasil tenían suficiente dinero para pagar los 400 dólares por boleto, pero los revendedores brasileños los ofrecían a 1.000 dólares cada uno.

Aunque podían haber convenido poner el dinero para que algunos de ellos pudieran comprar los boletos, decidieron que todos verían el partido o ninguno. Descargaron su rabia contra las autoridades brasileñas que se esforzaron por presentar al país como un gran lugar para la organización de la Copa del Mundo.

«Brasil no salió ahora a promoverse (con las dificultades para conseguir boletos) como lo hizo para que le dieran el Mundial», declaró Maffare. «Creímos que costarían cuando más el doble del precio de la FIFA, pero no el triple o más», agregó.

La venta de boletos de competiciones deportivas a precios más altos que el nominal es delito en Brasil y acarrea hasta dos años de cárcel. La policía ha arrestado a más de 50 personas de 17 países que revendían boletos en los alrededores del Maracaná para los primeros dos partidos en ese estadio.

La policía no tenía disponible el número de arrestados con motivo del partido del miércoles, dijo el teniente coronel de la corporación, Marcelo Rocha.

Las personas a las que se detuvo por revender boletos fueron llevadas a las comisarías y dejadas en libertad después de que firmaron un documento en el que se comprometían a presentarse ante un tribunal para que les fijaran fecha de comparecencia.

Hacer compra-ventas por internet no es una práctica arraigada en Brasil como en Estados Unidos y otros países. Aunque algunos revendedores ofrecen en línea boletos para partidos de la Copa Mundial, los cibersitios están en portugués y los brasileños, que no les tienen confianza, prefieren comprarlos personalmente.

Otro impedimento a las ventas en línea relacionadas con la Copa Mundial en Brasil es que la mayoría de las compras deben hacerse mediante una transferencia electrónica desde una tarjeta de crédito o una cuenta en un banco brasileño.

La periodista de The Associated Press, Emma Santos, contribuyó a este despacho desde Rio de Janeiro.

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